lunes, 29 de julio de 2013

#41 Cristal

Me desperté al lado de mi amor, feliz. Nos preparamos, estrenando una ropa preciosa, y salimos. Era nuestra primera noche en aquel lugar, y debíamos dar buena impresión, ya que parecía que nos habían invitado a una fiesta bastante importante. En la pista de baile encontramos muchas parejas parecidas a nosotros, pero quedó claro que éramos de lo mejor de la noche: todo el mundo nos miraba. Pasamos mucho tiempo charlando y bailando con una pareja muy agradable, pero cuando pensamos en quedar para otro día, algo extraño ocurrió. 

Noté velocidad, pero no entendía nada. Me tropecé y caí escaleras abajo, quedándome sola. Y desnuda. Perdí a mi novio y mi vestido, sin entender cómo. No sabía qué hacer, pero tampoco hubiera podido hacer nada de haberlo sabido, porque no podía andar yo sola. Tenía frío y nunca había pasado tanto miedo.

Y me desmallé.

Cuando me desperté ya no estaba en las escaleras del lugar de la fiesta. Y, en realidad, no tenía ni idea de dónde podía estar. Pero no hablaba. No gritaba. No lloraba. Solamente pensaba en mi vestido nuevo, que seguro que me echaba de menos. Y en que quería volver a estar cerca de mi chico. Seguro que él también estaba pasándolo mal sin mí.

El siguiente día fue horrible: aunque no pudiera andar, me pasé la mañana saltando de vestido en vestido, probándome vestidos enormes, tan enormes que era imposible que me quedaran bien; o vestidos tan tan pequeñitos que casi parecían de juguete. Yo estaba desesperada. Quería gritarles a todos los vestidos que bastaba de tonterías, que no era su culpa, que también eran preciosos, como el que buscaba, pero que necesitaba encontrar mi vestido. Y a mi novio.

Pero no podía hablar.

Sin embargo, por fin, después de probarme dos vestidos bastante parecidos, lo vi: encontré mi vestido. Estaba un poco diferente, cambiado,... Puede que estuviera triste por haberme perdido. Pero estaba claro que aquel era el que había llevado a la fiesta. "¡Cenicienta! ¡Cenicienta!" llamaban todos a mi vestido. Me probé el Cenicienta, y sí, quedó claro que era aquel.

Feliz después de unos duros días, me fui a dormir a mi casa olor calabaza, teniendo claro que volvería a ver a mi amor y que seríamos el mejor par de zapatos de cristal de la historia. 











Llamémoslo X

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